martes, 28 de enero de 2014

La línea maldita de la manipulación



Imagina que visitamos la frontera entre dos países. Son naciones cercanas, en cultura y costumbres, pero algo les diferencia. Les separa un hilo delgadísimo. No hay puestos fronterizos. No hay controles que vigilen la mercancía. No hay policía de inmigración. Se puede pasar de uno a otro país sin visado. Sus habitantes son casi hermanos. Les separa una línea apenas perceptible. Y maldita. En el primer país se comparte. En el segundo se alecciona. En uno se comunica, en el otro se adiestra. En uno se propone. En otro se impone. Uno se llama Persuasión. El otro, Manipulación.

A raíz de algunos comentarios y lecturas, esta semana comparto con vosotros una reflexión, inacabada, sobre la línea que separa la persuasión de la manipulación. Algunos dirían que en la Iglesia unos se pasan la vida “arreando sermonazos” al personal, es decir, “estimulando a las bestias para que echen a andar, o para que sigan caminando, o para que aviven el paso” –según la RAE-. Otros viven aguantando la soflama con resignación, incapaces de pensar por sí mismos. De todo ha habido. De todo hay. No sólo.

Reconozcamos con honestidad que muchas de nuestras comunicaciones eclesiales tienen como objetivo convencer. ¿Qué desea una madre cuando reza con su hijo antes de dormir? ¿Qué quiere un pastoralista cuando siembra sus horas con los adolescentes? ¿Qué pretende el que pronuncia la homilía del domingo? ¿A qué aspira quien publica mensajes de contenido religioso en las redes sociales? En todos los casos se busca mover a las personas hacia un encuentro personal con el Misterio, hacia el asentimiento a ciertas afirmaciones de fe o hacia alguna postura respecto de temas morales. El titular “Un niño huérfano iraquí dibujó a su madre en el suelo para volver a verla”, una frase del Youcat en un tweet o la publicación de una foto de un feto abortado, dan muestra de ello. 
                                                       
Aristóteles decía que “la retórica es el arte de descubrir, en cada caso particular, los medios adecuados para la persuasión”. Ahora bien, la frontera donde empieza la manipulación y donde termina la persuasión es casi invisible, pero existe. También nosotros corremos el riesgo de atravesar de un país al otro sin darnos cuenta. Puede ocurrirnos al trabajar en la mejora de las competencias comunicativas, por mucho que el objetivo sea anunciar el Evangelio.
A ese riesgo y sus artimañas estamos expuestos cada vez que nos dirigimos a otros. Quienes saben persuadir y quienes saben manipular conocen bien los mismos principios de la comunicación y la interacción humana, saben cómo utilizarlos, pero sus derivas son diferentes. La manipulación implica coacción, amenaza, engaño, intimidación, omisión de información, y acaba imponiendo al oyente algo que ni le interesa ni desea. Una vez leí que un manipulador puede tener empleados, pero nunca un equipo. La persuasión pretende mover con sinceridad a los demás hacia objetivos que puedan ser compartidos libremente, apelando al compromiso propio sin miedo a posibles represalias. Persuadir tiene más que ver con favorecer que otros comprendan -y te ayuden a construir- tus perspectivas, tu visión del mundo, de las personas, y se sumen si lo desean. Y es que quien persuade piensa en compartir en lugar de en amaestrar.


Las publicaciones actuales sobre hablar en público ofrecen miles de consejos para convencer mejor. Sin embargo, suelen olvidar exponer un fundamento ético que enseñe a no traspasar la frontera maldita de la manipulación. Por eso, sugiero tres criterios para repensar nuestros modos de comunicarLe:



Ø Intención recta: preguntarnos qué deseamos realmente al comunicar, al predicar, al hablar de Dios, al publicar en el blog, etc. ¿A quién servimos? ¿Cuál es el fin de nuestras palabras y gestos?

Ø  Audio-centrismo: lo que decimos ha de enfocarse en la audiencia, el interlocutor, en sus circunstancias, sus necesidades, buscando su bien -y contando con él-. Sirve de poco el "ya-sé-yo-lo-que-tú-necesitas".  Cuando hablo ¿tengo en cuenta a quien tengo delante o suelto “sermonazos”?

Ø  Servicio: tenemos el ánimo de prestar una ayuda, de favorecer el bien del otro, de acompañarle e incluso defenderle en sus batallas, por la simple razón de su dignidad personal. “Que las cosas más sencillas pasen por ser ayuda para el prójimo” –decía san Ignacio de Loyola-.

Cada uno de estos aspectos daría para una larga reflexión más matizada. Dejémoslo aquí. Podemos transformarnos en magos y prestidigitadores de la palabra, pero seamos lúcidos para clarificar en qué lado de la línea de la manipulación nos situamos, en cuál de los dos países queremos vivir.


¿Se te ocurren otros elementos para discernir la ética de nuestras comunicaciones persuasivas? ¿Conoces a personas que saben convencer sin imponer? ¿Cómo lo hacen?

martes, 21 de enero de 2014

Conexiones invisibles




               Conectar con otros es un valor en alza. Uno de los alicientes de Twitter tiene que ver con la posible vinculación entre personas de diversos círculos sociales, pero que poseen intereses compartidos. Hay personas que cuando hablan en público o se comunican en conversaciones cotidianas tienen la capacidad de establecer conexiones casi tan inmediatas como las de las redes sociales. ¿Cuál es su magia para anudar un lazo invisible  con los interlocutores haciéndoles sentir parte de un tejido común que, en lugar de ahogarles, les potencia? A veces, transmitir la fe y hablar de Dios tiene que ver con favorecer conexiones invisibles, con reforzar el sentido de comunidad.

        Algunos oradores cuando hablan son capaces de abrir túneles en las montañas para comunicar valles de difícil acceso, construyen puentes sobre ríos violentos, vinculan a las personas sin necesidad de invocar un enemigo común (sea este el secularismo, los “adversarios” de la fe o los creyentes light). Hay maneras de comunicar que impulsan al auditorio a mirar hacia un objetivo compartido. Ello no significa intentar que  todos seamos de un solo color, partes del mismo acorde o troqueles sacados de un único patrón; más bien es cuestión de invocar aquel horizonte que pueda ser asumido por todos como propio.

                ¿Qué puede ayudarnos a establecer estas conexiones invisibles?  Algunos elementos de la intervención de Obama en el funeral de Mandela ayudan a responder. De aquel evento, nos hemos quedado con la foto selfie y con el falso intérprete de signos. Sin embargo, el actual presidente americano, que es un comunicador excepcional, nos regaló una pieza oratoria casi perfecta. Obama demostró que sabe cómo unir a las personas a través de sus palabras:

·         Intentó establecer un terreno común invocando a personajes representativos para los oyentes: p.ej. los presidentes Kennedy o Khrushev, líderes de los bloques enfrentados en la Guerra Fría. Allí los vinculó rompiendo las diferencias y equiparándolos a Mandela. Lo mismo hizo con Lincoln o los fundadores de EEUU, consciente de que sus conciudadanos le estaban escuchando. ¿Quiénes son los referentes de las personas a las que hablo habitualmente? ¿Qué personajes les unen?

·         A lo largo del discurso, Obama se preguntaba qué compartió el difunto presidente de Sudáfrica con el auditorio que en ese momento sintonizaba  desde todos los rincones del planeta. La respuesta: el deseo de lograr una sociedad mejor y más libre para todos. ¿Qué comparto con aquellos a quienes me voy a dirigir? ¿Qué tengo en común con ellos? ¿Qué les une?

·         Con convicción, Barack Obama fue citando valores, sueños e imágenes, así como lemas con los que todos pudieran estar de acuerdo. Habló en especial de  la libertad y de la democracia como herencia para las generaciones futuras; y relató cómo Mandela no ocultaba sus errores y imperfecciones –las que todos tenemos-: “No soy un santo, al menos que penséis que un santo es un pecador que no deja de intentar serlo”. ¿Cuáles son los deseos, valores y palabras que compartes con aquellos a los que hablas?

·         Nosotros. Nosotros. Nosotros. Como si de un texto litúrgico se tratase (en los que apenas se utiliza el pronombre “yo”), Obama iba buscando siempre referirse explícitamente al “nosotros”. En este caso, toda la primera parte del discurso constituía una forma de decir “por eso, nosotros amábamos a Mandela y nosotros podemos aprender todavía de él”.

                Hacia el final, Obama destapó el objetivo real de su discurso: “Mandela entendió los lazos que unen a todos los seres humanos. Hay una palabra en Sudáfrica ubuntu, una palabra que capta el mejor regalo que nos deja Mandela: el reconocimiento de que todos estamos unidos de maneras invisibles, y que hay un algo único que comparte toda la humanidad: alcanzamos nuestra esencia cuando nos compartimos a nosotros mismos con los demás y cuidamos de aquellos que tenemos cerca”. La pericia de Obama para establecer lazos invisibles con el auditorio se verificaba en la historia de Madiba: alguien capaz de unir a una nación dividida.

Invocar a personajes representativos para los interlocutores, identificar lo que tengo en común con los oyentes, buscar valores, recuerdos e imágenes compartidas por todos, y subrayar el nosotros, pueden ser medios para favorecer la unión y la comunión.

¿Conoces a algunas personas que cuando hablan potencian la unidad y establecen conexiones invisibles entre los oyentes? ¿Cómo podrían ayudarnos estos elementos en nuestras clases, catequesis, homilías e incluso en nuestros post?

                                                                                    Ir a la versión original con subtítulos en inglés

martes, 14 de enero de 2014

El secreto del contagioso lema pastores con olor a oveja



                A las pocas semanas de ser elegido, el Papa Francisco nos sorprendió con una expresión altamente contagiosa: pastores con olor oveja. El éxito de la fórmula ha llegado al punto de que hace apenas una semana dio la vuelta al mundo una fotografía del pontífice con un cordero sobre los hombros.

        ¿Cuál es la razón de que esta idea se haya tornado viral y pegadiza? Si logramos descubrir su secreto, quizá nuestras propias intervenciones, palabras e incluso nuestros tweets, puedan también volverse contagiosos. ¿Por qué algunas ideas marcan la diferencia y se graban a fuego en nuestra mente, nuestro corazón y nos hacen mejores? Hay modos de construir eficazmente las ideas que nos ayudan a comunicar mejor la Buena Noticia.

              Hace algún tiempo di con un libro que ofrece algunas claves para entender el éxito de pastores con olor a ovejas y otras fórmulas papales que, como los refranes o las leyendas urbanas, poseen un alto poder de contagio social. Pegar y pegar cuenta los hallazgos de una investigación  acerca de por qué algunas ideas pasan y otras se pegan para siempre en nuestra memoria. La obra detalla los seis principios de las ideas pegadizas:
  •        La idea ha de ser simple, es decir, hay que ser capaz de eliminar todo aquello que no forma parte de lo esencial. Pastores con olor a oveja se caracteriza por la máxima simplicidad y sintetiza todo un programa de vida.
  •         La idea tiene que ser inesperada. El interés y la curiosidad son buenos ingredientes para generar expectativas. Si el Papa hubiese dicho que desea que en la Iglesia haya presbíteros cercanos a la gente y no gestores, lamentablemente, la idea no hubiese tenido tanto alcance.
  •     El lema ha de ser concreto. Tiene que explicarse en base a acciones humanas e información sensorial, alejándose de abstracciones –más propias en nuestro caso de la reflexión teológica-. Es fácil que nuestro cerebro recuerde datos concretos como el olor de las ovejas.
  •         Es necesario que la idea se caracterice por su credibilidad. No sirve de nada presentar datos e ideas en bruto sin un contexto determinado que permita al oyente comprobar él mismo lo que escucha. Y de pastores buenos, con olor a oveja, todos tenemos alguna experiencia a la que recurrir; también de los malos...
  •     La idea ha de ser capaz de despertar emociones. Nuestros afectos se despiertan hacia las personas concretas, no hacia las ideas abstractas. Por eso, en el contexto eclesial en el que Francisco pronunció su imagen –lleno de sospechas hacia nosotros los pastores-, nos hizo pasar de la indignación al entusiasmo del ideal.
  •       Finalmente, para que calen nuestras ideas se han de convertir en historias con las que nos podamos identificar. Los relatos de experiencias son el secreto más efectivo de la comunicación. Basta ver algunos anuncios publicitarios para darnos cuenta de ello. Con su fórmula, el Papa nos estaba contando la historia de aquellos pastores capaces de liberarnos de la corrupción, la lejanía y la burocracia gestora en la que podemos caer los eclesiásticos, olvidando la razón principal de nuestro ministerio.
                Así pues, si queremos que se peguen las ideas a las que recurrimos en la predicación, la catequesis o en las conversaciones “espirituales”, hemos de hacer el trabajo artesanal de hacerlas simples, inesperadas, concretas, creíbles y emocionantes. Desgraciadamente, un hechizo pesa sobre nuestro esfuerzo de modelar ideas contagiosas: la maldición del conocimiento. Pero de eso ya os hablaré otro día.
                Hay ideas contagiosas que tienen la capacidad de convertirnos al Evangelio. ¿Recuerdas alguna imagen pegadiza que te haya ayudado en tu camino de fe? ¿Cumple algunos de estos principios? ¿Cómo podrías aplicarlos a tu labor evangelizadora?