jueves, 29 de mayo de 2014

4 razones por las que el silencio hará más elocuente tu homilía



 

“Ninguna palabra fue nunca tan efectiva como un silencio en el momento oportuno” (Mark Twain)

A menudo nos preocupamos mucho y le dedicamos tiempo, esfuerzo y cariño a las cosas que vamos a decir, a la buena expresión y a la organización interna de nuestras ideas al predicar. Sin embargo, a juzgar por esta sentencia del autor americano, las pausas silenciosas donde el discurso homilético queda suspendido, donde se hace esperar al oyente, donde el aire se renueva en los pulmones, constituyen un elemento esencial de cualquier comunicación.
Aprender cómo y cuándo hacer pausas es uno de los desafíos más exigentes a que se enfrenta cualquier orador. Un momento de silencio desde la perspectiva de quien habla dura una eternidad; desde quien escucha, parece un espacio cortísimo. Tal vez ya lo has experimentado, guardar 3-7 segundos de silencio puede resultar una dura prueba para tu confianza y tu seguridad retórica.
Me gustaría compartir contigo 4 razones que explican la necesidad de ir manejando el arte de guardar silencio en algunos momentos de tu homilía:
1)       Las pausas refuerzan el mensaje. Identifica los puntos importantes de tu homilía y haz una pausa antes y después. De esta forma, lo que quieres decir se verá fortalecido. Cuando termines de pronunciar una serie de palabras a gran velocidad, calla. Añadirás ritmo y contraste a tu discurso. El silencio aumentará el volumen de tus palabras. Atraerás la atención de la asamblea.
2)       Las pausas contribuyen a construir el sentido del mensaje. ¿Puedes imaginar un texto sin espacios entre las palabras, sin comas ni puntos? Sería ininteligible y agotador. En el discurso oral sucede igual. El silencio contribuirá que el oyente comprenda lo que quieres decir. Él no tiene el texto ni el esquema que has preparado. Entre otros elementos, introducir pausas marcará la estructura de tu homilía. El silencio también habla. Cuando callas oportunamente, refuerzas el sentido dramático de las ideas.

3)       El silencio permite asimilar conscientemente lo que se comunica. El sonido corre a mayor velocidad que el sentido de las palabras. Si introduces una pausa, ayudarás al oyente a que se sumerja en tus ideas, le estarás indicando que escuche con mayor atención. Le das tiempo para que se apropie del mensaje, para que le cale profundamente. Se necesita silencio para asimilar la información recibida.

4)       Las pausas ayudan a renovar la energía del proceso comunicativo. Por una parte, podrás respirar con profundidad para reemprender el discurso con fuerza y proyectar mejor tu voz. Por otra parte, las pausas te servirán para escuchar a tus oyentes: su lenguaje corporal y sus distracciones. Es un buen momento para conectar tu mirada con las de la gente. Además, el silencio puede ser una buena oportunidad para tomar conciencia de ti mismo y de tu tono emocional. Tu confianza se fortalecerá. Te dará tiempo a pensar en lo que viene a continuación.

Es posible que todo esto pueda parecerte un poco excesivo. Sin embargo, cuidar un aspecto como el silencio es una forma de mimar a tu audiencia y a la Palabra que estás prolongando. El silencio se hace necesario para que las palabras de tu homilía hablen más alto, más adentro, más claro.
Recuerdo un concierto del tenor inglés Ian Bostridge que disfruté hace unos años. Cantaba uno de los ciclos de lieder de F. Schubert. Habitualmente, en este tipo de performance se reservan los aplausos para el final. La maestría del cantante fue tal a la hora de distribuir las pausas y los silencios de la música, que creó una atmósfera de interiorización casi mística. Al terminar su interpretación, cuando se esperaba que todos rompiésemos a aplaudir, la sala permaneció en silencio un par de minutos, como si temiese romper el hilo de la relación establecida con el cantante. El tenor quedó recogido en sí mismo. Solo después se escuchó el batir de las palmas con gran emoción. Algo así se espera del uso del silencio en la homilía. Manejar las pausas es la prueba del algodón de cualquier predicador. Y es que con frecuencia el silencio grita más alto que un millón de las más bellas palabras.

¿Te sientes cómodo en el uso de la pausa al predicar? ¿Recuerdas a algún predicador que hable casi sin parar?

viernes, 23 de mayo de 2014

El poder motivador de la homilía (Neurociencia y predicación III)

Homilías y liderazgo pastoral poseen una estrecha vinculación.  Muchas veces las personas que acuden a una celebración acaban conectándose a la vida eclesial precisamente por la manera en que se les predica. Una buena homilía contribuye a un liderazgo motivador que en los últimos años se está estudiando desde el ámbito de la inteligencia emocional y la neuropsicología.
De las entradas anteriores dedicadas a predicación y neurociencia, podemos extraer dos conclusiones que ahora nos ayudarán a continuar la reflexión. La primera de ellas confirma la sincronización emocional que se produce en cualquier tipo de interacción humana. Cuando alguien escucha una homilía, tiende a contagiarse de las emociones del predicador. La segunda de ellas, muestra cómo una manera nueva de presentar ideas ya conocidas, activa la liberación de dopamina y en consecuencia aumenta la probabilidad de que los oyentes retengan lo escuchado. Una homilía que sorprende tenderá a dejar mayor huella en el oyente.
Los procesos neurológicos que sostienen el contagio emocional y la activación de la memoria forman parte de lo que R. Boyatzis ha llamado la dimensión primal del liderazgo. El lider, en este caso pastoral, se identifica con aquel que mejor sabe encauzar las emociones de un determinado grupo y las orienta en una dirección positiva. ¿Cuántas veces la influencia de un predicador ha provocado transformaciones vitales en los oyentes porque ha sabido sintonizar e ilustrar un futuro apasionante? En el fondo, un líder gestiona los significados compartidos por un grupo y le ofrece pautas de reacción emocional. La respuesta afectiva de la gente se articula en torno a la del líder. Por eso, el tono emocional del discurso inspirador influye tanto en sus seguidores. El clima emocional de una institución depende entre un 50 y un 70% de las acciones y las palabras del líder. Pensemos, por ejemplo, en el liderazgo mundial del Papa Francisco y lo que éste provoca en tantas personas creyentes o no.
Un estudio llevado a cabo durante 3 años en 153 parroquias por varios investigadores de la Case Western Reserve University de Cleveland, da cuenta del efecto de las competencias emocionales y sociales de los líderes religiosos en el clima de una comunidad. En concreto, parece que la mejora de la atmosfera emocional correlaciona con la transparencia del líder –autoconciencia, autogestión y capacidad de expresión de las emociones- y con su nivel de influencia. Los parroquianos muestran mayor satisfacción –¡junto a mayor contribución económica y asistencia a la eucaristía dominical!- cuando el pastor se muestra auténtico en su comportamiento y consigue expresar su mensaje de un modo que resulte estimulante. Por el contrario, el nivel de satisfacción desciende cuando el líder religioso se muestra demasiado seguro de sí mismo e incapaz de ser cuestionado por los feligreses.  
Los predicadores que realmente lideran saben movilizar las emociones positivas activando el optimismo, la compasión y la sensación de conexión emocional. A nivel cerebral sus mensajes están ligados a circuitos que provienen y se dirigen a la corteza prefrontal, la zona del cerebro que encierra las claves de la motivación.  
Las homilías constituyen un acto mayor de comunicación de un líder religioso con los fieles. Es especialmente importante caer en la cuenta de su papel decisivo en el liderazgo motivador. En el cerebro se activarán los procesos de resonancia límbica si el líder se expresa con convicción desde sus emociones sinceras arraigadas en valores profundos.
Dos ejemplos permiten percibir con claridad las implicaciones de dichos procesos y la vinculación fuerte entre homilías y liderazgo positivo. Por una parte, la conocida frase de Martin Luther King “I have a dream” –“he tenido un sueño”- puso en marcha el movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos. Su discurso religioso aún constituye una clave de inspiración para las generaciones actuales. Por otra parte, la polémica homilía de un sacerdote español que hace unos días se difundía en las redes sociales es muestra de lo contrario. El líder que carece de empatía, transparencia y capacidad de inspirar –y lo transmite con sus palabras- se halla inconscientemente desconectado de los demás. En nuestras palabras se gesta la capacidad de hacer aflorar ríos de vida y de desencadenar torrentes de emociones negativas.
En síntesis, los complejos mecanismos neuronales que aquí apenas hemos enunciado, permiten entender qué sucede en nuestro mundo psico-biológico cuando predicamos. La homilía constituye una pieza esencial del liderazgo emocional del predicador y la motivación con que una comunidad vive su fe. Como decía Napoléon “un líder es un negociador de esperanzas”.

¿Recuerdas a algún predicador que te haya inspirado poderosamente? ¿Qué elementos de la predicación te parece que contribuyen a fortalecer un liderazgo pastoral positivo?

viernes, 16 de mayo de 2014

ComunicarLe en las redes sociales (a propósito del congreso IMision)



Queridos amigos, 
la semana pasada os anuncié que concluiría la serie de entradas sobre predicación y neurociencia. El tiempo disponible para redactarlo y entregaros un texto de calidad ha sido más bien escaso estos días. Sin embargo, no quiero dejar pasar el compromiso semanal para ofreceros otro material, con la esperanza de que la semana próxima alumbrará el anunciado post. 
Como os contaba en la entrada que inauguró este blog, en él pretendo compartir todo aquello que voy aprendiendo en el arte de comunicar a Dios. Hace algo más de un mes acudí a un congreso sobre evangelización digital títulado “Misioneros en un mundo enREDdado”. Los organizadores, el equipo de iMisión, se proponían generar un tejido de comunión y reflexión entre las personas e instituciones de la Iglesia que andamos transitando los caminos del anuncio del Evangelio en Internet. 
A propósito del congreso y de lo que allí aprendí, escribí una crónica para la revista Razón y fe. Por ese motivo, desde Radio Ecca se interesaron por el tema y me propusieron participar en un programa de radio. El resultado: en torno a una hora de diálogo con el compañero jesuita Lucas López. 
Os dejo dos materiales: el programa de radio y el enlace a todos los vídeos de las ponencias del congreso. Vaya mi agradecimiento a todos los que participamos en él por lo aprendido y lo compartido. Y a los lectores, espero que estos materiales os sean de utilidad para la apasionante aventura de comunicarLe. 

miércoles, 7 de mayo de 2014

Homilías que dejarán con la boca abierta (Neurociencia y predicación II)


Me extrañaron las palabras de aquel compañero sacerdote al comienzo de la homilía. Hablaba de las neuronas-espejo: una clase particular de neuronas que se activan cuando alguien observa la acción de otra persona. El funcionamiento de estos bichitos de la materia gris viene a responder preguntas como ¿por qué los bebes rompen a llorar cuando escuchan a otro llorando? ¿por qué se nos pegan los bostezos? ¿por qué sentimos dolor cuando nos cruzamos con una persona herida? ¿qué razón explica que  experimentemos las mismas emociones que un personaje de la novela que estamos leyendo o la película que estamos viendo? Estas neuronas se lo pasan genial copiando y juegan un papel esencial en las capacidades cognitivas de la vida social: la empatía o la imitación. La simulación de las neuronas especulares va más allá de las acciones, pues incluyen las emociones y sensaciones de los demás. De hecho, algunas zonas del cerebro relacionadas con las emociones se activan tanto si somos nosotros quienes las experimentamos como si son otros quienes las viven.

Lo más sorprendente de aquella homilía, sin embargo, no fue este inicio tan poco habitual en ese contexto. El cura se refirió a las neuronas-espejo para comentar los versículos de la Carta a los Filipenses que se habían proclamado aquel domingo: “Tened los mismos sentimientos y actitudes del Señor. El cual siendo de condición divina…” (2,5-11). Y fue comentando cómo el trato personal con Jesús, la contemplación de sus gestos y palabras, irían haciendo realidad en nosotros –supuesta la ayuda de arriba, claro- la identificación creciente con Cristo. Estar cerca de él desencadenaría procesos cerebrales de empatía e imitación.

Esta manera de explicar el pasaje redescubrió la novedad de unas palabras que casi conozco de memoria. Años después, sigo recordando aquella asociación de ideas porque el predicador había conseguido enfocar de una manera inesperada lo de siempre. ¿Qué ocurre en nuestros cerebros en un caso así? La respuesta puede contribuir a comprender y mejorar lo que sucede en el tiempo de la homilía y la predicación.

El Dr. A. K. Pradeep, presidente de NeuroFocus y promotor del llamado neuromarketing, explica cómo nuestros cerebros están entrenados para rastrear como un radar lo nuevo, lo que sale de lo habitual  y lo que resulta curioso de la realidad cotidiana. Una manera fresca, novedosa e inesperada de presentar una idea ya conocida libera dopamina –un neurotransmisor responsable del aprendizaje de destrezas nuevas y de guardarlas en nuestra memoria-. (Perdónenme los doctos en la materia si esta descripción lega resulta imprecisa).

Por eso, si deseamos inspirar la vida de la gente a la que predicamos, hemos ofrecerles un modo nuevo de mirar el mundo en el que viven y su realidad cotidiana. Cuenta C. Gallo, autor al que hice referencia en la entrada anterior, el efecto que produjo en la audiencia una charla de Bill Gates en la trataba de concienciar sobre la necesidad de actuar contra la malaria. Se le ocurrió soltar mosquitos desde el escenario… Seguro que a nadie se le olvidó después la amenaza que supone la enfermedad. Los momentos de sorpresa (jaw-dropping moments) crean lo que los neurocientíficos llaman eventos cargados emocionalmente: estados emocionalmente intensos que aumentan la posibilidad de que lo sucedido quede grabado en el cerebro de los oyentes.

No digo yo que hagamos cosas raras en nuestras homilías ni que ahora nos pongamos a inventar circos sin ton ni son. No somos monos de feria. Más bien se trata de ser conscientes de la necesidad de buscar modos nuevos de presentar ideas ya conocidas. Hay procesos neurológicos que explican lo que nos sucede en este acto comunicativo que es la predicación. Pienso que ayuda conocerlo y recordarlo –también reflexionar sobre los riesgos éticos de manipulación-.

Tal vez te ha sorprendido la relación de las neuronas-espejo y la llamada del apóstol a tener los mismos sentimientos y actitudes de Cristo. Por mi parte, creo que me resultará difícil olvidarla y mi cerebro conoce bien la razón-. Te dejo cavilando cómo estos descubrimientos de la neurociencia pueden favorecer tu ministerio. La semana que viene cerraré esta serie dedicada a Neurociencia y predicación contándote algunas investigaciones interesantes en torno al cerebro y el liderazgo pastoral -del que se juega tanto en las homilías-.