jueves, 20 de marzo de 2014

Los tres apoyos de una homilía eficaz






“La preocupación por la forma de predicar es una actitud profundamente espiritual […] es un exquisito ejercicio de amor al prójimo, porque no queremos ofrecer a los demás algo de escasa calidad”. Estas palabras encabezan los números  finales que el Papa Francisco dedica en Evangelii Gaudium a la preparación a la homilía [156-157]. En ellos, ofrece algunos recursos pedagógicos sumamente prácticos que iluminan y concretan esa actitud de hondura. Una buena homilía –indica- debe contener “una idea, un sentimiento y una imagen”. Estos son los tres apoyos para una homilía eficaz.

      
  • Una idea: para alcanzar el propósito de la homilía (animar, exhortar, inspirar,…) necesitamos definir con claridad la idea central o el pensamiento-guía que orienta la predicación. Nos ayudará expresarla durante la preparación como una afirmación simple y declarativa. ¿Qué es lo que quieres que recuerde la asamblea una vez que se haya olvidado del resto de lo que has dicho? Habitualmente llegaremos a definir bien la idea central una vez que hayamos meditado y analizado con detenimiento los textos de la Escritura, e identificado los puntos fundamentales de los que hablan. Si al término del proceso no hemos sido capaces de delimitarla con precisión, quiere decir que aún nos queda trabajo por hacer. Es imposible hablar de todo. Una buena idea aportará claridad, coherencia y cohesión a tus palabras.
  

  • Un sentimiento: este es otro de los apoyos fundamentales. Será interesante que nos preguntemos por el clima emocional de los textos, por los sentimientos asociados a un determinado tiempo litúrgico y por la tonalidad afectiva que nos gustaría transmitir durante la homilía. Para ello, puede ayudarnos imaginar una paleta de colores o un fragmento de música, y elegir aquel que mejor represente el sentimiento predominante. Si tenemos la posibilidad de ensayar un poco antes de predicar, podemos visualizar alguna situación personal que vaya asociada a dicho sentimiento. El lenguaje corporal se encargará de transmitirlo.


  • Una imagen: este es uno de los pilares clave para la homilía. Como he comentado en otras ocasiones, el lenguaje abstracto resulta difícil de seguir en una intervención oral. Una imagen puede hacer que la predicación resulte más sugerente. A diferencia de los enunciados abstractos que se dirigen únicamente a la dimensión racional, los símbolos, las analogías, las metáforas, conectan con lo más creativo de cada uno. Poseen una gran capacidad evocadora. Las imágenes permiten “sentir y gustar” el mensaje.

Depurar la propia homilía hasta que tome una forma simple y accesible a todos, que hable al corazón de la gente, y que abra a la esperanza y oriente hacia el futuro, es un ejercicio arduo en los comienzos. Contar con estos tres apoyos puede facilitar la tarea. De otro modo, la homilía quedará coja. Con el tiempo, los elementos se van dominando y se aprende a utilizarlos mejor. Además, la propia espiritualidad de quien predica queda atravesada por el esfuerzo realizado, por los tesoros que encuentra a medida que rotura el campo donde está escondida la Palabra de Dios y por la alegría de realizar la propia misión como un servicio de amor.

Una homilía eficaz da luz.

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