Me contó un amigo que conocía a un
entrenador dedicado a ayudar a los atletas a ejercitarse en el salto con pértiga. La disciplina es de las más difíciles de salto vertical. Una de sus labores fundamentales, relataba, era conseguir que los deportistas se
imaginasen a sí mismos alcanzando alturas casi imposibles. Aquellos que
conseguían verse realizando un salto mayor de lo que podían en ese momento,
experimentaban una mejoría clara en sus marcas.
Como
todo ejercicio físico y espiritual, hablar delante de una asamblea tiene un
cierto parecido con la práctica del salto con pértiga. Ponerse ante otros y
comunicar es difícil. Da vértigo. Para algunos supone superar una altura
inimaginable, un esfuerzo sobrehumano. En cuanto te sitúas allí y te expones, salen a la luz tus
debilidades como comunicador. Basta que nos grabemos en alguno de esos momentos
para que percibamos rasgos propios que apenas habíamos intuido.
Si
queremos mejorar en el servicio de la Palabra, necesitamos entrenamiento. No
importa tanto aquello que nos sucede durante el acto mismo de comunicar, como
la interpretación que damos a la situación, cómo lo afrontamos y si somos
capaces de imaginarnos a nosotros mismos como buenos comunicadores del Reino.
Siempre se
presentan dificultades e imprevistos, vientos con los que no cuentas, lluvias inesperadas, o un calor sofocante que
hace resbalar la pértiga entre tus manos sudorosas. De pronto te das cuenta de que las
palabras que habías preparado responden poco al auditorio que finalmente tienes
delante; o aparece alguien en la asamblea por quien te sientes evaluado. Afloran
los nervios. En ese momento, se te presenta una elección: o aprovechas la
situación para entrenarte o tiras la toalla y te comunicas pobremente asustado
por la exigencia inminente. Y de elegir la segunda opción, acabas diciendo que
no volverás a exponerte.
Sin embargo, los retos comunicativos que aparecen en esta labor evangelizadora se pueden aprovechar para adiestrarnos. Pueden transformarse en una oportunidad para imaginarnos y ubicarnos en la mentalidad del crecimiento. Tal vez hoy no seas uno de los predicadores, profesores o catequistas más brillante y elocuente de la historia del cristianismo; pero puedes despertar tu creatividad e imaginación para ir situándote en dirección a ello. En realidad, hay factores que ya puedes ir controlando, que puedes prever y pequeños riesgos que ya puedes correr.
A base de entrenamiento, la mirada interior es capaz de ayudarte a crecer e ir modelándote como comunicador. La imagen que construyas de tu intervención decidirá de cierta forma el desarrollo real de la misma. ¿Cómo te imaginas predicando? ¿Cómo te ves hablando de Dios en los contextos en que se te pide?
A la hora de comunicarLe y en tantas otras situaciones de la vida cristiana, rescatemos la imaginación. A veces, nos aburrimos de las propuestas de nuestra fe, porque hemos escondido en el fondo del cajón la capacidad de imaginarnos. Puede ser de ayuda trabajar como los saltadores. Durante la preparación y el entrenamiento de tus intervenciones, homilías, etc. visualiza el acontecimiento, para después afrontar mejor los imprevistos y crecer. El saltador de altura que se imagina el proceso del salto –y entrena, claro- mejora progresivamente, está un paso más cerca de conseguirlo. Además, contamos con un Impulso añadido. ¡Ánimo!
Sin embargo, los retos comunicativos que aparecen en esta labor evangelizadora se pueden aprovechar para adiestrarnos. Pueden transformarse en una oportunidad para imaginarnos y ubicarnos en la mentalidad del crecimiento. Tal vez hoy no seas uno de los predicadores, profesores o catequistas más brillante y elocuente de la historia del cristianismo; pero puedes despertar tu creatividad e imaginación para ir situándote en dirección a ello. En realidad, hay factores que ya puedes ir controlando, que puedes prever y pequeños riesgos que ya puedes correr.
A base de entrenamiento, la mirada interior es capaz de ayudarte a crecer e ir modelándote como comunicador. La imagen que construyas de tu intervención decidirá de cierta forma el desarrollo real de la misma. ¿Cómo te imaginas predicando? ¿Cómo te ves hablando de Dios en los contextos en que se te pide?
A la hora de comunicarLe y en tantas otras situaciones de la vida cristiana, rescatemos la imaginación. A veces, nos aburrimos de las propuestas de nuestra fe, porque hemos escondido en el fondo del cajón la capacidad de imaginarnos. Puede ser de ayuda trabajar como los saltadores. Durante la preparación y el entrenamiento de tus intervenciones, homilías, etc. visualiza el acontecimiento, para después afrontar mejor los imprevistos y crecer. El saltador de altura que se imagina el proceso del salto –y entrena, claro- mejora progresivamente, está un paso más cerca de conseguirlo. Además, contamos con un Impulso añadido. ¡Ánimo!
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