¿Cuántas homilías caen como pájaros
helados de un cielo invernal por el modo en que empiezan? Tenemos experiencia de la
desconexión inmediata que provoca un predicador cuando su inicio es débil,
desapasionado, dubitativo. Las primeras impresiones son decisivas. Un comienzo
pobre generará desinterés grande e incluso frustración en la audiencia. La
psicología de la atención ha estudiado con detenimiento lo que en inglés
denomina primacy y recency effects.
Es decir, en la curva de atención de una charla, un escrito, o cualquier otro
tipo de comunicación, el comienzo y el final será a lo que más se presta
atención y lo más recordado. En concreto, de cómo empieces tu homilía
dependerá, no solo el que te sigan escuchando, sino también la confianza en ti
mismo a la hora de presentarte ante los otros y de transmitir con pasión el
Evangelio.
Los primeros momentos son
decisivos incluso antes de pronunciar palabra alguna. Por eso, me gustaría
ofrecerte algunas pistas para preparar un punto de partida atractivo.
1.
Antes de comenzar a hablar, levanta la
vista y sal al encuentro de tus oyentes. En breves momentos, estarán
atentos y dispuestos a regalarte su interés. Al evitar dirigir primero la
atención a tus notas, estarás mostrando verdadero cuidado por aquellos que
tienes delante. Lo decisivo no es lo que tienes que decir, sino cómo quieres
favorecerles a través de tus palabras. La homilía, como cualquier comunicación,
constituye una relación. Seamos audiocéntricos. La Palabra de Dios busca alcanzar
la vida de las personas, no ser contemplada en la vitrina de un museo.
2.
En tus primeras frases, relaciona el
punto central de la homilía con los intereses de la asamblea. Ello supone
identificar bien durante la fase de preparación el tema del que vas a hablar –uno
solo cada vez- y haber reflexionado sobre las características de tus oyentes. Cuidamos de aquello que nos afecta directamente.
Si desde el comienzo comprendemos que lo que se va a decir tiene relación con
nosotros, es más probable que no desconectemos. Tengo experiencia de haber
iniciado una homilía hablando de redes sociales a personas de la tercera edad.
Al poco comenzó la sinfonía de bostezos… La Palabra de Dios será significativa
en la medida en que establece un diálogo con quienes la escuchan, con sus
circunstancias, sus preocupaciones, etc.
3.
Para captar la atención, evita hacer
afirmaciones abstractas y fórmulas estereotipadas. Inicios como “las
lecturas de hoy…” o “queridos hermanos –en contextos donde no quieres ni
conoces bien a la gente-” matan la homilía que está a punto de nacer. El tipo
de lenguaje propio de los tratados teológicos habrá que reservarlo para otros
contextos. Por ejemplo, poca gente entiende hoy lo que los eruditos llaman la gracia. Tal vez sea mejor hacer
referencia a ella como a las manos de Dios que trabajan en el taller de tu
historia personal y en la construcción del mundo. Por tanto, mientras preparas
tu homilía, leyendo los textos bíblicos, comentarios a las lecturas, etc. ten
un ojo en alguno de estos seis elementos: palabras
con fuerte carga emocional, anécdotas, citas de diversos autores, historias, analogías
y preguntas retóricas. La Palabra de Dios quiere hacerse comprensible y
significativa.
Antes de hablar, manifiesta
interés por la asamblea con tu lenguaje corporal, desde el inicio busca hacer
confluir el núcleo del mensaje con los intereses reales de las personas que
tienes delante y, además, utiliza algún recurso que ilustre bien aquello de lo
que vas a hablar. Estos son algunos de
los posibles recursos que te ayudarán a comenzar tu comentario de la Palabra, y despertar el interés de la
asamblea. Así podrás hacer de tu homilía un verdadero y cálido momento de
diálogo entre Dios y su pueblo.
Como ejemplo, te dejo un vídeo
donde Nick Gumbel, gran predicador de la Iglesia de Inglaterra, comienza a
hablar sobre quién es Jesús. Trata de identificar estos recursos. La versión
que incluyo está doblada al castellano, pero si puedes, escúchala en inglés.
Dialoguemos. ¿Se te ocurre algún
otro modo de comenzar la predicación?
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