martes, 18 de febrero de 2014

Lo confieso. Tengo tentaciones.



Hoy va de confesiones. Ando releyendo estos días los números que el Papa Francisco dedica a la homilía en Evangelii Gaudium. Sus consideraciones constituyen pequeñas joyas para quienes dedicamos buena parte de nuestro tiempo y energía personal a hablar sobre la vida cristiana. Creo que se pueden aplicar a todos los actos comunicativos de la Iglesia. De entre las reflexiones que me han llamado la atención, se encuentra esta:

       “La homilía es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase”. […]Esto reclama que la palabra del predicador no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el ministro” (138).

Lo confieso. A mí también me ha pasado. Yo mismo he tenido la tentación de tratar la predicación como una clase o una mini-conferencia interesante. Y he caído en ella. Desde luego, sé que no me sucede a mi solo. Este aguijón lo llevamos clavado muchos y muchas. Y ya se sabe, consuelo de tontos. Junto a la falta de preparación, está muy extendido el género “homilía-ladrillazo dogmático”. Y si no, recordemos ciertas palabras a propósito de la fiesta de la Inmaculada, la Asunción de nuestra Señora o la Trinidad. Tal vez, nos ha traicionado una cierta idea de la función de enseñar... Me vienen a la memoria las críticas en este sentido de algunos entrevistados en la película La Última Cima, de J.M. Cotelo. Lo confieso. Mea culpa, mea grandísima culpa.

En cierto modo me consuela pensar que el ladrillismo supera los ámbitos eclesiales. Hace poco leía un artículo que afirmaba que la mayoría de las presentaciones de los emprendedores son insoportables. También en el ámbito académico sucede con frecuencia. Algunos conferenciantes harían lo posible para encontrar la fórmula para no ser comprendidos ni resultar interesantes. Quizá nos alimenta una oscura pasión: si demuestras que sabes comunicar con sencillez y simplicidad, es que debes ser intelectualmente flojo. Si por el contrario, manifiestas que eres capaz de pronunciar –y leer- un discurso u homilía complicada, entonces te encuentras en el selecto club de las personas brillantes. ¿A ti también te sucede? Bienvenido seas a la Fraternidad del Tedio. Mea culpa, mea grandísima culpa.

Levantado el dedo acusador, aunque sea contra mí mismo, es menester una propuesta de solución. Y esta es “de libro”. Simplicidad=esencia+concisión. Nadie nos habrá aconsejado nunca que nuestras mensajes deban ser extensos y enrevesados –excepto para redactar el BOE o el prospecto de un medicamento-. Cuanto más reducida sea la cantidad de información y más vaya a lo esencial, más comprensible y contagiosa será. Ambos elementos son necesarios. El esfuerzo de la brevedad, exige el esfuerzo arduo de alcanzar el núcleo de las cuestiones. Muchos de nosotros poseemos conocimientos específicos en diversas materias –incluida la teología-: nos fascinan los detalles, los matices y la complejidad. Pero, ¿nos ayudan a comunicar y a predicar mejor? Si las ideas y las palabras que utilizamos al evangelizar son concisas y además transmiten el punto central del mensaje, entonces seguro que podremos incendiar el corazón de la gente. Si por el contrario, nos esforzamos en decir tres cosas de manera enrevesada, entonces no estaremos comunicando nada.  

Por hoy, fin de la confesión. Así somos. Así vamos caminando. Que siempre nos motiven las ganas de aprender para servir mejor a la Palabra y al pueblo de Dios.   

¿Se te ocurre alguna idea más para evitar el ladrillismo profesional? ¿Te animas a compartirla?.

2 comentarios:

  1. Uffff atacar el ladrillismo profesional requiere, casi, una tesis doctoral.
    Me quedé helada cuando un sacerdote leyó la homilía, sí, sí, la leyó y, encima, fatal.
    Pero lo primero que señalaría para mejorar es que dejaran de tratarnos como a "menores de edad". Da bastante rabia cuando, en barrios de clase media se "explica el Evangelio" como para niños de diez años: con diminutivos, con aclaraciones excesivas, repitiendo la historia sin tener en cuenta que en el auditorio hay maestros, médicos, abogados, y profesionales varios que, cuando empiezan con ese soniquete infantiloide... desconectan

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  2. Cierto. Aunque en la asamblea solo hubiese personas sencillas y sin estudios, no se justifica el hablar como a niños. Gracias por tu comentario. Saludos

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