Hoy va de confesiones. Ando
releyendo estos días los números que el Papa Francisco dedica a la homilía en Evangelii Gaudium. Sus consideraciones
constituyen pequeñas joyas para quienes dedicamos buena parte de nuestro
tiempo y energía personal a hablar sobre la vida cristiana. Creo que se
pueden aplicar a todos los actos comunicativos de la Iglesia. De entre las
reflexiones que me han llamado la atención, se encuentra esta:
“La
homilía es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del
marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar
parecerse a una charla o una clase”. […]Esto reclama que la palabra del
predicador no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el
ministro” (138).
Lo confieso. A mí también me ha
pasado. Yo mismo he tenido la tentación de tratar la predicación como una clase
o una mini-conferencia interesante. Y he caído en ella. Desde luego, sé que no
me sucede a mi solo. Este aguijón lo llevamos clavado muchos y muchas. Y ya se sabe, consuelo de tontos. Junto
a la falta de preparación, está muy extendido el género “homilía-ladrillazo
dogmático”. Y si no, recordemos ciertas palabras a propósito de la fiesta de la Inmaculada, la Asunción de nuestra Señora o la Trinidad. Tal vez, nos ha traicionado una cierta idea de
la función de enseñar... Me vienen a la memoria las críticas en este sentido de
algunos entrevistados en la película La
Última Cima, de J.M. Cotelo. Lo confieso. Mea culpa, mea grandísima culpa.
En cierto modo me consuela pensar
que el ladrillismo supera los ámbitos
eclesiales. Hace poco leía un artículo que afirmaba que la mayoría de las
presentaciones de los emprendedores son insoportables. También en el ámbito
académico sucede con frecuencia. Algunos conferenciantes harían lo posible para
encontrar la fórmula para no ser comprendidos ni resultar interesantes. Quizá
nos alimenta una oscura pasión: si demuestras que sabes comunicar con sencillez
y simplicidad, es que debes ser intelectualmente flojo. Si
por el contrario, manifiestas que eres capaz de pronunciar –y leer- un discurso
u homilía complicada, entonces te encuentras en el selecto club de las personas
brillantes. ¿A ti también te sucede? Bienvenido seas a la Fraternidad del Tedio. Mea
culpa, mea grandísima culpa.
Levantado el dedo acusador,
aunque sea contra mí mismo, es menester una propuesta de solución. Y esta es “de
libro”. Simplicidad=esencia+concisión.
Nadie nos habrá aconsejado nunca que nuestras mensajes deban ser extensos y
enrevesados –excepto para redactar el BOE o el prospecto de un medicamento-. Cuanto más reducida sea la cantidad de
información y más vaya a lo esencial, más comprensible y contagiosa será. Ambos
elementos son necesarios. El esfuerzo de la brevedad, exige el esfuerzo arduo de
alcanzar el núcleo de las cuestiones. Muchos de nosotros poseemos conocimientos
específicos en diversas materias –incluida la teología-: nos fascinan los
detalles, los matices y la complejidad. Pero, ¿nos ayudan a comunicar y a
predicar mejor? Si las ideas y las palabras que utilizamos al evangelizar
son concisas y además transmiten el punto central del mensaje, entonces seguro que
podremos incendiar el corazón de la gente. Si por el contrario, nos esforzamos en
decir tres cosas de manera enrevesada, entonces no estaremos comunicando nada.
Por hoy, fin de la confesión. Así
somos. Así vamos caminando. Que siempre nos motiven las ganas de aprender para
servir mejor a la Palabra y al pueblo de Dios.
¿Se te ocurre alguna idea más
para evitar el ladrillismo profesional? ¿Te animas a compartirla?.
Uffff atacar el ladrillismo profesional requiere, casi, una tesis doctoral.
ResponderEliminarMe quedé helada cuando un sacerdote leyó la homilía, sí, sí, la leyó y, encima, fatal.
Pero lo primero que señalaría para mejorar es que dejaran de tratarnos como a "menores de edad". Da bastante rabia cuando, en barrios de clase media se "explica el Evangelio" como para niños de diez años: con diminutivos, con aclaraciones excesivas, repitiendo la historia sin tener en cuenta que en el auditorio hay maestros, médicos, abogados, y profesionales varios que, cuando empiezan con ese soniquete infantiloide... desconectan
Cierto. Aunque en la asamblea solo hubiese personas sencillas y sin estudios, no se justifica el hablar como a niños. Gracias por tu comentario. Saludos
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