jueves, 3 de abril de 2014

Improvisar la homilía, un arte que se aprende (I)


 
Recuerdo el comentario de unos compañeros. Relataban esta escena habitual en cierta región española. Llegas a un funeral que va a presidir otro sacerdote. Al verte entrar en la sacristía, el preste se abalanza contra ti y te suplica que prediques tú. Tal vez conociste al difunto o a algún primo lejano. “Dinos unas palabritas…”. Se te pone cara de pez… y ¿qué respondes? En muchos casos, ni te ha dado tiempo de saber qué lecturas se van a proclamar. Sucede. Aquellos que tenemos que predicar somos requeridos para pronunciar la homilía sin haber tenido tiempo de prepararla antes.
La disyuntiva se presenta en estos términos: ¿hablar o no hablar? ¿hablar por hablar o buscar la palabra oportuna? Algunos de nosotros podremos decir que no hay problema, que algo se nos ocurrirá. Otros diremos que sin preparar no vamos a intervenir por respeto a aquellos que nos escuchan. Entre ambas reacciones, la realidad suele demandar una posición intermedia, menos rígida. A veces, no queda  más remedio. Hay que improvisar.
Improvisar es una palabra que provoca sentimientos contrarios. Se puede mirar como una desconsideración ante los otros. Incomoda. Supone actuar de pronto, sin preparación. Implica hacer frente a una situación y unas circunstancias imprevistas. La gente no tiene por qué aguantarnos. Sin embargo, eso mismo posee el fascinante carácter de lo genuino, de lo auténtico, de lo no excesivamente artificioso, de la frescura de lo efímero. Se improvisa en el teatro, en los discursos, en la música. Y emociona. En suma, improvisar puede rozar lo ridículo o la obra de arte.
He insistido a menudo en la oportunidad de dedicar tiempo, esfuerzo, responsabilidad y afecto a la preparación de la homilía. Tengo conciencia de que en ocasiones resulta imposible. Se impone la necesidad de dirigirse a otros, aunque hemos de sospechar de nosotros mismos si esto nos ocurre demasiado a menudo…
Los intérpretes de jazz, estilo que se basa fundamentalmente en la repentización de fragmentos musicales, saben que paradójicamente el arte de improvisar no se improvisa. Esta destreza requiere una serie de cualidades que no son espontáneas. Detrás hay muchas horas, mucha paciencia y el desarrollo de ciertos procesos mentales. Con el tiempo se interiorizan y aparecen como espontáneos –aunque en realidad no lo son tanto-. En el caso de la homilía ocurre igual.
Aquí comparto algunas sugerencias para trabajar el arte de improvisar. Hoy os propongo la consideración de alguna de esas destrezas. La semana próxima detallaré algunos esquemas y herramientas que puedan ayudarnos cuando tenemos que predicar sin preparación:
·         Ten sentido práctico. A la hora de tener que predicar, pregúntate su finalidad, para qué, qué pretendes y esperas de la asamblea después de tus palabras. ¿Qué se requiere en esa situación concreta? Escucha con atención las lecturas; eso te ayudará.
·         Cultiva un espíritu de organización. Conviene aprender dos o tres esquemas para organizar tu homilía para que puedas utilizarlos cuando sea oportuno. Esto facilitará que no te pierdas. Aquellos que te escuchen te seguirán sin dificultad. (De esto te hablaré en la siguiente entrada).
·         Escanea el clima emocional de aquellos a quienes te diriges. ¿Qué sienten? ¿Qué emociones hay en el ambiente? Las homilías más inoportunas las he escuchado en las exequias… ¿por qué?
·         Toma conciencia de ti mismo. ¿Cómo te encuentras? ¿Qué recursos personales tienes a mano? ¿Cuál es tu papel en esta situación? Si tienes un día pésimo y tus capacidades andan algo mermadas, es mejor que midas bien a qué te puedes exponer. Intentar un  triple loop con tus palabras va a ser complicado.
·         Identifica rápidamente un objetivo. Saber a dónde vas te evitará el riesgo de tomar un rumbo equivocado desde el momento de tomar la palabra. “No hay viento favorable para el barco que no sabe su rumbo”.
 
Algunos de los lectores podrán objetar que para realizar estos procesos hace falta mucho tiempo, que precisamente es lo que falta a la hora de predicar improvisadamente. Como modo de entrenarse, se puede trabajar cada uno de estos puntos por separado hasta que se vayan dominando. Los procesos irán pasando a ser parte de uno mismo. Entonces, podremos confiar más en nuestra intuición.  
¡Si te toca improvisar, prepárate bien!

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