Recuerdo el comentario de unos
compañeros. Relataban esta escena habitual en cierta región española. Llegas a un funeral que va a presidir otro sacerdote. Al
verte entrar en la sacristía, el preste
se abalanza contra ti y te suplica que prediques tú. Tal vez conociste al difunto
o a algún primo lejano. “Dinos unas palabritas…”. Se te pone cara de pez… y
¿qué respondes? En muchos casos, ni te ha dado tiempo de saber qué lecturas se
van a proclamar. Sucede. Aquellos que
tenemos que predicar somos requeridos para pronunciar la homilía sin haber
tenido tiempo de prepararla antes.
La
disyuntiva se presenta en estos términos: ¿hablar
o no hablar? ¿hablar por hablar o buscar la palabra oportuna? Algunos de
nosotros podremos decir que no hay problema, que algo se nos ocurrirá. Otros
diremos que sin preparar no vamos a intervenir por respeto a aquellos que nos
escuchan. Entre ambas reacciones, la realidad suele demandar una posición
intermedia, menos rígida. A veces, no queda
más remedio. Hay que improvisar.
Improvisar es una palabra que provoca
sentimientos contrarios. Se puede mirar como una desconsideración ante los otros. Incomoda.
Supone actuar de pronto, sin preparación. Implica hacer frente a una situación y
unas circunstancias imprevistas. La gente no tiene por qué aguantarnos. Sin
embargo, eso mismo posee el fascinante carácter de lo genuino, de lo auténtico,
de lo no excesivamente artificioso, de la frescura de lo efímero. Se
improvisa en el teatro, en los discursos, en la música. Y emociona. En suma, improvisar puede rozar lo ridículo o la obra de arte.
He insistido a menudo en la oportunidad de dedicar tiempo, esfuerzo,
responsabilidad y afecto a la preparación de la homilía. Tengo conciencia de
que en ocasiones resulta imposible. Se impone la necesidad de dirigirse a
otros, aunque hemos de sospechar de nosotros mismos si esto nos ocurre demasiado
a menudo…
Los
intérpretes de jazz, estilo que se basa fundamentalmente en la repentización
de fragmentos musicales, saben que paradójicamente el arte de improvisar no se improvisa. Esta destreza requiere una
serie de cualidades que no son espontáneas. Detrás hay muchas horas, mucha
paciencia y el desarrollo de ciertos procesos mentales. Con el tiempo se interiorizan
y aparecen como espontáneos –aunque en realidad no lo son tanto-. En el caso de
la homilía ocurre igual.
Aquí comparto algunas sugerencias para trabajar el arte de
improvisar. Hoy os propongo la consideración de alguna de esas destrezas.
La semana próxima detallaré algunos esquemas y herramientas que puedan
ayudarnos cuando tenemos que predicar sin preparación:
·
Ten sentido
práctico. A la hora de tener que predicar, pregúntate su finalidad, para qué, qué pretendes y esperas de la asamblea después de tus palabras. ¿Qué se requiere en esa situación
concreta? Escucha con atención las lecturas; eso te ayudará.
·
Cultiva
un espíritu de organización. Conviene aprender dos o tres esquemas para organizar tu homilía para
que puedas utilizarlos cuando sea oportuno. Esto facilitará que no te pierdas.
Aquellos que te escuchen te seguirán sin dificultad. (De esto te hablaré en la
siguiente entrada).
·
Escanea el
clima emocional de aquellos a quienes te diriges. ¿Qué sienten? ¿Qué
emociones hay en el ambiente? Las homilías más inoportunas las he escuchado en
las exequias… ¿por qué?
·
Toma
conciencia de ti mismo. ¿Cómo te encuentras? ¿Qué recursos personales
tienes a mano? ¿Cuál es tu papel en esta situación? Si tienes un día pésimo y
tus capacidades andan algo mermadas, es mejor que midas bien a qué te puedes
exponer. Intentar un triple loop con tus palabras va a ser
complicado.
·
Identifica
rápidamente un objetivo. Saber a
dónde vas te evitará el riesgo de tomar un rumbo equivocado desde el
momento de tomar la palabra. “No hay viento favorable para el barco que no sabe
su rumbo”.
Algunos de los lectores podrán
objetar que para realizar estos procesos hace falta mucho tiempo, que
precisamente es lo que falta a la hora de predicar improvisadamente. Como modo
de entrenarse, se puede trabajar cada uno de estos puntos por separado hasta
que se vayan dominando. Los procesos irán pasando a ser parte de uno mismo. Entonces,
podremos confiar más en nuestra intuición.
¡Si te toca improvisar, prepárate
bien!
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