Ayer vino a verme una compañera
de trabajo. Me contaba cómo desde hace varios meses estaba muy molesta con el
cura de su parroquia. En una ocasión le dijo que la semana siguiente no podría
llevar a su hijo a catequesis porque un compromiso en su puesto de trabajo se
lo impedía. Según relataba, el sacerdote le contestó bruscamente: “¿Esto va a
pasar todas las semanas? Porque si es así…”. Según me explicaba el episodio me
di cuenta de que, más allá de las palabras, lo que aún estaba vivo era un
desencuentro emocional, quizá una falta de empatía. Es cierto aquello, me digo,
de que pocos recordarán tus palabras,
pero muchos guardarán vivamente en su memoria cómo les hiciste sentir.
Cerebros sincronizados
El uso del escáner ha permitido a
los científicos comenzar a conocer ese universo que llevamos sobre los hombros
-el cerebro-. Van desentrañando lo que nos ocurre en él cuando nos relacionamos
con los demás. Ahora sabemos más que en toda la historia de la civilización
acerca de las reacciones eléctricas y bioquímicas que provoca la interacción
humana. En torno al mundo de la comunicación y las emociones, se han llevado a
cabo algunos descubrimientos neurológicos que, sin duda, resultan útiles para
el ministerio de la homilía y la predicación.
Las razones que explican lo que
ocurre en el cerebro de quien pronuncia una homilía y de quienes le escuchan
-en realidad, en todo tipo de comunicación, especialmente en el liderazgo- se
asientan en el sistema límbico. Se trata de una estructura que regula las
emociones y condiciona lo que sucede en las relaciones interpersonales. Según
algunos estudios citados por D. Goleman y R. Boyatzis en su obra The New Leaders. Primal Leadership el sistema límbico transmite señales
que pueden llegar a alterar la tasa hormonal, las funciones cardiovasculares,
el ciclo del sueño e incluso el sistema inmunológico de otra persona. Esta
interrelación fisiológica invade de modo inconsciente todas las dimensiones de
nuestra vida social. Y recordémoslo, predicar supone un modo particular de
relación.
Todos tenemos experiencia: hay
predicadores que, sin saber bien el porqué, provocan en nosotros
una sensación de bienestar, motivación, ganas de vivir lo que se escucha;
mientras que otros generan malestar, culpabilidad e impulsan a salir corriendo.
Estas impresiones tienen que ver con un fenómeno denominado mirroring -sincronización emocional-. Al
comienzo de una interacción los ritmos corporales de las personas son
distintos, pero acaban acompasándose. Aún sin pronunciar palabra, se ha
demostrado la existencia de contagio emocional entre personas que se encuentran
cerca. Caer en la cuenta de ello, puede arrojar una luz interesante sobre lo
que sucede en nuestras celebraciones y las reacciones que genera la predicación.
Muchos de nosotros queremos
comunicar con pasión la Buena Noticia que se ha puesto en nuestras manos. Deseamos
tocar el corazón de la comunidad. Sin duda, transmitir pasión es lo que más ayuda a inspirar la vida de los demás.
Será bueno, por ello, escucharnos profundamente a nosotros mismos cuando
preparamos la homilía; reconocer nuestras emociones e identificar con qué
aspecto de la Escritura que se va a proclamar conectamos con más entusiasmo.
Aquello que nos apasione, será lo que pueda encender a la gente. Inspiraremos a otros en la medida en que
las ideas que vamos a comunicar nos inspiren a nosotros mismos. Y ello es
así porque se producen algunas reacciones químicas en nuestro cerebro que resultan
contagiosas.
Cuéntame una historia y conectaré contigo
C. Gallo, autor de un libro
titulado Talk like TED, hace referencia a
algunas investigaciones neurológicas que indican cómo la pasión constituye una de nuestras emociones más contagiosas. Si
escuchas y te relacionas con alguien que está genuinamente apasionado por una
idea, una creencia o un producto, influenciará de modo decisivo la percepción
que tú tengas sobre los mismos.
Narrar historias es uno de los modos más ancestrales y eficaces de
transmitir esa pasión. Según los estudios de U.
Hasson, investigador de la Universidad de Princeton, cuando alguien cuenta
una historia, el escáner del cerebro muestra regiones que se iluminan. Esas
mismas zonas se encienden también en el cerebro de quienes escuchan la narración.
Es lo que él llama brain-to-brain
coupling –algo así como emparejamiento cerebral-. Por eso nos encandilan los buenos contadores de
historias. Estos hallazgos científicos confirman lo que ya Aristóteles señalaba
al hablar del pathos en su Retórica: la pasión es el alma de
cualquier discurso. Dicho de otro modo, cuéntame una historia con pasión y conectaré
contigo. Si utilizamos un relato, es mucho más probable que los oyentes
sintonicen.
Aprovechemos estas
consideraciones neurológicas y nuestro modo de predicar mejorará. Se trata de
algo más que de regar la homilía con historietas. ¡Es distinto contar historias
que ser un cuentista! Podremos utilizar historias que sirvan para conectar con
la asamblea. El cerebro sabe sincronizarse para transmitir la pasión por el
Evangelio y, claro está, para inspirar con el fuego de la Palabra las vidas de
quienes nos escuchan. Lo pretendamos o no, vamos a generar reacciones
fisiológicas y emocionales en los demás. ¿Por qué no intentar servirnos de esta
sincronía en nuestro ministerio?
¿Alguna homilía te ha motivado
especialmente por su conexión emocional? ¿Has escuchado homilías que te han
inspirado o entusiasmado y otras que te han dejado molesto, incómodo o aburrido?
Pues gracias a Dios he escuchado homilías bastante más que inspiradoras, las hay que me han molestado y en algunas hubiera querido dormir. En algunas he salido levitando y con unas ganas enormes de lanzarme del balcón al fango, y así fue un día. Estoy de acuerdo con que las reacciones fisiológicas y emocionales que describes se desencadenan cuando el sacerdote o predicador habla con una pasión consciente y real; la reacción por parte del fiel creo que va mucho más allá de una cuestión de química, porque cuando una homilía genera malestar o escándalo (que de todo hay) lo hace por el verdadero fondo de las palabras más que por una reacción fisiológica entre personas incompatibles; a mi la misma persona me ha hecho levitar y salir de la iglesia en mitad de la celebración (sí, uno, que es así...). Pero lo que tengo claro es que cuando una homilía te hace dormir es porque quien de algún modo duerme es el mismo sacerdote.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Me gusta mucho tu frase final: "Lo que tengo claro es que cuando una homilía te hace dormir es porque quien de algún modo duerme es el mismo sacerdote". Saludos
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