martes, 29 de abril de 2014

¿Qué puede hacer el cerebro por tus homilías? (Neurociencia y predicación I)




Ayer vino a verme una compañera de trabajo. Me contaba cómo desde hace varios meses estaba muy molesta con el cura de su parroquia. En una ocasión le dijo que la semana siguiente no podría llevar a su hijo a catequesis porque un compromiso en su puesto de trabajo se lo impedía. Según relataba, el sacerdote le contestó bruscamente: “¿Esto va a pasar todas las semanas? Porque si es así…”. Según me explicaba el episodio me di cuenta de que, más allá de las palabras, lo que aún estaba vivo era un desencuentro emocional, quizá una falta de empatía. Es cierto aquello, me digo, de que pocos recordarán tus palabras, pero muchos guardarán vivamente en su memoria cómo les hiciste sentir.

 

Cerebros sincronizados


El uso del escáner ha permitido a los científicos comenzar a conocer ese universo que llevamos sobre los hombros -el cerebro-. Van desentrañando lo que nos ocurre en él cuando nos relacionamos con los demás. Ahora sabemos más que en toda la historia de la civilización acerca de las reacciones eléctricas y bioquímicas que provoca la interacción humana. En torno al mundo de la comunicación y las emociones, se han llevado a cabo algunos descubrimientos neurológicos que, sin duda, resultan útiles para el ministerio de la homilía y la predicación. 


Las razones que explican lo que ocurre en el cerebro de quien pronuncia una homilía y de quienes le escuchan -en realidad, en todo tipo de comunicación, especialmente en el liderazgo- se asientan en el sistema límbico. Se trata de una estructura que regula las emociones y condiciona lo que sucede en las relaciones interpersonales. Según algunos estudios citados por D. Goleman y R. Boyatzis en su obra The New Leaders. Primal Leadership el sistema límbico transmite señales que pueden llegar a alterar la tasa hormonal, las funciones cardiovasculares, el ciclo del sueño e incluso el sistema inmunológico de otra persona. Esta interrelación fisiológica invade de modo inconsciente todas las dimensiones de nuestra vida social. Y recordémoslo, predicar supone un modo particular de relación.

Todos tenemos experiencia: hay predicadores que, sin saber bien el porqué, provocan en nosotros una sensación de bienestar, motivación, ganas de vivir lo que se escucha; mientras que otros generan malestar, culpabilidad e impulsan a salir corriendo. Estas impresiones tienen que ver con un fenómeno denominado mirroring -sincronización emocional-. Al comienzo de una interacción los ritmos corporales de las personas son distintos, pero acaban acompasándose. Aún sin pronunciar palabra, se ha demostrado la existencia de contagio emocional entre personas que se encuentran cerca. Caer en la cuenta de ello, puede arrojar una luz interesante sobre lo que sucede en nuestras celebraciones y las reacciones que genera la predicación.

Muchos de nosotros queremos comunicar con pasión la Buena Noticia que se ha puesto en nuestras manos. Deseamos tocar el corazón de la comunidad. Sin duda, transmitir pasión es lo que más ayuda a inspirar la vida de los demás. Será bueno, por ello, escucharnos profundamente a nosotros mismos cuando preparamos la homilía; reconocer nuestras emociones e identificar con qué aspecto de la Escritura que se va a proclamar conectamos con más entusiasmo. Aquello que nos apasione, será lo que pueda encender a la gente. Inspiraremos a otros en la medida en que las ideas que vamos a comunicar nos inspiren a nosotros mismos. Y ello es así porque se producen algunas reacciones químicas en nuestro cerebro que resultan contagiosas.

 

Cuéntame una historia y conectaré contigo


C. Gallo, autor de un libro titulado Talk like TED, hace referencia a algunas investigaciones neurológicas que indican cómo la pasión constituye una de nuestras emociones más contagiosas. Si escuchas y te relacionas con alguien que está genuinamente apasionado por una idea, una creencia o un producto, influenciará de modo decisivo la percepción que tú tengas sobre los mismos.


Narrar historias es uno de los modos más ancestrales y eficaces de transmitir esa pasión. Según los estudios de U. Hasson, investigador de la Universidad de Princeton, cuando alguien cuenta una historia, el escáner del cerebro muestra regiones que se iluminan. Esas mismas zonas se encienden también en el cerebro de quienes escuchan la narración. Es lo que él llama brain-to-brain coupling –algo así como emparejamiento cerebral-. Por eso nos encandilan los buenos contadores de historias. Estos hallazgos científicos confirman lo que ya Aristóteles señalaba al hablar del pathos en su Retórica: la pasión es el alma de cualquier discurso. Dicho de otro modo, cuéntame una historia con pasión y conectaré contigo. Si utilizamos un relato, es mucho más probable que los oyentes sintonicen.

Aprovechemos estas consideraciones neurológicas y nuestro modo de predicar mejorará. Se trata de algo más que de regar la homilía con historietas. ¡Es distinto contar historias que ser un cuentista! Podremos utilizar historias que sirvan para conectar con la asamblea. El cerebro sabe sincronizarse para transmitir la pasión por el Evangelio y, claro está, para inspirar con el fuego de la Palabra las vidas de quienes nos escuchan. Lo pretendamos o no, vamos a generar reacciones fisiológicas y emocionales en los demás. ¿Por qué no intentar servirnos de esta sincronía en nuestro ministerio?



¿Alguna homilía te ha motivado especialmente por su conexión emocional? ¿Has escuchado homilías que te han inspirado o entusiasmado y otras que te han dejado molesto, incómodo o aburrido?

2 comentarios:

  1. Pues gracias a Dios he escuchado homilías bastante más que inspiradoras, las hay que me han molestado y en algunas hubiera querido dormir. En algunas he salido levitando y con unas ganas enormes de lanzarme del balcón al fango, y así fue un día. Estoy de acuerdo con que las reacciones fisiológicas y emocionales que describes se desencadenan cuando el sacerdote o predicador habla con una pasión consciente y real; la reacción por parte del fiel creo que va mucho más allá de una cuestión de química, porque cuando una homilía genera malestar o escándalo (que de todo hay) lo hace por el verdadero fondo de las palabras más que por una reacción fisiológica entre personas incompatibles; a mi la misma persona me ha hecho levitar y salir de la iglesia en mitad de la celebración (sí, uno, que es así...). Pero lo que tengo claro es que cuando una homilía te hace dormir es porque quien de algún modo duerme es el mismo sacerdote.

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    1. Gracias por tu comentario. Me gusta mucho tu frase final: "Lo que tengo claro es que cuando una homilía te hace dormir es porque quien de algún modo duerme es el mismo sacerdote". Saludos

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