jueves, 10 de abril de 2014

Improvisar la homilía, un arte que se aprende (II)


La entrada de la semana pasada la dediqué a la improvisación de la homilía. Allí anuncié que esta vez os presentaría algunos esquemas que mejoren y faciliten la improvisación. Ya comenté que uno de los secretos de la improvisación radica en cultivar un espíritu de organización. En situaciones apuradas, cuando la realidad se impone y el ideal de preparar la homilía con esmero se hace imposible, se requieren algunos sencillos esquemas mentales. Estos favorecerán que siempre sepamos dónde estamos durante el discurso. Además quienes nos escuchan, nos seguirán sin dificultad. De hecho, contar con unos cuantos modelos que se van aprendiendo e interiorizando es una técnica utilizada por músicos y actores. En el momento de ejecutar la improvisación, juegan con fórmulas ya aprendidas y automatizadas.

Para facilitarte este trabajo, he preparado una sencilla infografía que muestra dos patrones homiléticos básicos. En realidad, pueden servir para cualquier tipo de intervención, pero los he concretado en la predicación litúrgica de la Palabra. Son sólo dos, aunque hay más. Te invito a que leas con detenimiento, conozcas bien los modelos e intentes utilizarlos. Poco a poco los harás tuyos, los personalizarás y adaptarás a medida que los necesites.
  • El primer modelo es el llamado de las tres preguntas. Se trata de responder de manera breve y sencilla a las cuestiones ¿qué?, ¿por qué? y ¿cómo? Teniendo como trasfondo la Palabra proclamada, iremos formulando y contestando las preguntas, para terminar resumiendo los tres puntos y concluir con unas palabras motivadoras. Como ves, este esquema es muy simple, pero tiene la ventaja de seguir una cierta estructura lógica y focalizar la atención sobre lo verdaderamente importante.
  • El segundo modelo que denomino de la atención a la acción puede resultar algo más complejo, pero su articulación lógica lo hace muy atractivo para el oyente y para quien predica. Los ejemplos contribuyen aportando el tono afectivo y emocional. Comienza captando la atención de quienes tienes delante con alguna anécdota, frase conocida, imagen, etc. Y después guía a tus oyentes por un proceso de afirmaciones y ejemplos. Concluye con una llamada a la acción, que lejos de cargar las conciencias de la asamblea, les motive a vivir el Evangelio con más entusiasmo y frescura.


Estos dos modelos quieren facilitar tu trabajo. Se necesita un cierto entrenamiento para dominarlos, pero irás viendo que son efectivos. Se verán enriquecidos con tu propia experiencia.
Ojalá te sean útiles. Improvisar es una tarea artesanal. Como ya sabes, requiere un cierto esfuerzo inicial. La Palabra de Dios lo merece. Ha sido pronunciada para llegar a todos dando vida. El Espíritu de Dios que trabaja los corazones de tus oyentes y el tuyo propio, lo merece. Ha sido enviado para conducirnos al encuentro con el Padre. La asamblea lo merece. Quienes tienes delante son el cuerpo de Cristo. Tu colaboración seria y responsable constituye un modo de dar gratis lo que tú mismo has recibido de balde.  Y ya sabes,  por si te toca improvisar alguna vez, ¡prepárate bien!

¿Conoces algún otro esquema para improvisar? ¿Cómo te enfrentas a las ocasiones en que tienes que predicar sin tiempo para la preparación?

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