miércoles, 7 de mayo de 2014

Homilías que dejarán con la boca abierta (Neurociencia y predicación II)


Me extrañaron las palabras de aquel compañero sacerdote al comienzo de la homilía. Hablaba de las neuronas-espejo: una clase particular de neuronas que se activan cuando alguien observa la acción de otra persona. El funcionamiento de estos bichitos de la materia gris viene a responder preguntas como ¿por qué los bebes rompen a llorar cuando escuchan a otro llorando? ¿por qué se nos pegan los bostezos? ¿por qué sentimos dolor cuando nos cruzamos con una persona herida? ¿qué razón explica que  experimentemos las mismas emociones que un personaje de la novela que estamos leyendo o la película que estamos viendo? Estas neuronas se lo pasan genial copiando y juegan un papel esencial en las capacidades cognitivas de la vida social: la empatía o la imitación. La simulación de las neuronas especulares va más allá de las acciones, pues incluyen las emociones y sensaciones de los demás. De hecho, algunas zonas del cerebro relacionadas con las emociones se activan tanto si somos nosotros quienes las experimentamos como si son otros quienes las viven.

Lo más sorprendente de aquella homilía, sin embargo, no fue este inicio tan poco habitual en ese contexto. El cura se refirió a las neuronas-espejo para comentar los versículos de la Carta a los Filipenses que se habían proclamado aquel domingo: “Tened los mismos sentimientos y actitudes del Señor. El cual siendo de condición divina…” (2,5-11). Y fue comentando cómo el trato personal con Jesús, la contemplación de sus gestos y palabras, irían haciendo realidad en nosotros –supuesta la ayuda de arriba, claro- la identificación creciente con Cristo. Estar cerca de él desencadenaría procesos cerebrales de empatía e imitación.

Esta manera de explicar el pasaje redescubrió la novedad de unas palabras que casi conozco de memoria. Años después, sigo recordando aquella asociación de ideas porque el predicador había conseguido enfocar de una manera inesperada lo de siempre. ¿Qué ocurre en nuestros cerebros en un caso así? La respuesta puede contribuir a comprender y mejorar lo que sucede en el tiempo de la homilía y la predicación.

El Dr. A. K. Pradeep, presidente de NeuroFocus y promotor del llamado neuromarketing, explica cómo nuestros cerebros están entrenados para rastrear como un radar lo nuevo, lo que sale de lo habitual  y lo que resulta curioso de la realidad cotidiana. Una manera fresca, novedosa e inesperada de presentar una idea ya conocida libera dopamina –un neurotransmisor responsable del aprendizaje de destrezas nuevas y de guardarlas en nuestra memoria-. (Perdónenme los doctos en la materia si esta descripción lega resulta imprecisa).

Por eso, si deseamos inspirar la vida de la gente a la que predicamos, hemos ofrecerles un modo nuevo de mirar el mundo en el que viven y su realidad cotidiana. Cuenta C. Gallo, autor al que hice referencia en la entrada anterior, el efecto que produjo en la audiencia una charla de Bill Gates en la trataba de concienciar sobre la necesidad de actuar contra la malaria. Se le ocurrió soltar mosquitos desde el escenario… Seguro que a nadie se le olvidó después la amenaza que supone la enfermedad. Los momentos de sorpresa (jaw-dropping moments) crean lo que los neurocientíficos llaman eventos cargados emocionalmente: estados emocionalmente intensos que aumentan la posibilidad de que lo sucedido quede grabado en el cerebro de los oyentes.

No digo yo que hagamos cosas raras en nuestras homilías ni que ahora nos pongamos a inventar circos sin ton ni son. No somos monos de feria. Más bien se trata de ser conscientes de la necesidad de buscar modos nuevos de presentar ideas ya conocidas. Hay procesos neurológicos que explican lo que nos sucede en este acto comunicativo que es la predicación. Pienso que ayuda conocerlo y recordarlo –también reflexionar sobre los riesgos éticos de manipulación-.

Tal vez te ha sorprendido la relación de las neuronas-espejo y la llamada del apóstol a tener los mismos sentimientos y actitudes de Cristo. Por mi parte, creo que me resultará difícil olvidarla y mi cerebro conoce bien la razón-. Te dejo cavilando cómo estos descubrimientos de la neurociencia pueden favorecer tu ministerio. La semana que viene cerraré esta serie dedicada a Neurociencia y predicación contándote algunas investigaciones interesantes en torno al cerebro y el liderazgo pastoral -del que se juega tanto en las homilías-.  

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